"Puede ocurrir que yo sea mirado sin saberlo, y sobre esto todavía no puedo hablar puesto que he decidido tomar como guía la conciencia de mi emoción. Pero cuando me siento observado por el objetivo, todo cambia: me constituyo en el acto de "posar", me fabrico instantáneamente otro cuerpo, me trasformo por adelantado en imagen. Posando ante el objetivo (quiero decir: siendo consciente de posar, incluso de forma fugaz), yo no arriesgo tanto (al menos por ahora). Pero por más que esta dependencia sea imaginaria, la vivo con la angustia de una filiación incierta: una imagen -mi imagen- va a nacer: ¿me parirán como un individuo antípático o como un "buen tipo"? (...)
Decido dejar flotar sobre mis labios y en los ojos una ligera sonrisa que yo quisiera "indefinible" y con la que yo haría leer, al mismo tiempo que las cualidades de mi naturaleza, la conciencia divertida que tengo de todo ceremonial fotográfico: me presto al juego social, poso, lo sé, quiero que todos lo sepáis, pero este suplemento del mensaje no debe alterar en nada la esencia preciosa de mi individuo: aquello que yo soy, al margen de toda efigie. Yo quisiera que mi imagen móvil, sometida al traqueteo de mil fotos cambiantes, a merced de las situaciones, de las edades, coincida siempre con mi "yo"; pero es lo contrario lo que se ha de decir: es "yo" lo que no coincide nunca con mi imagen, pues es la imagen la que es pesada, inmóvil, obstinada, y soy "yo" quien soy ligero, dividido, disperso y que, como un ludión, no puedo estar quieto, agitándome en mi bocal. [...]"
Roland Barthes, "La cámara lúcida"
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