31 enero 2012

CÓMO LA FOTOGRAFÍA HA ARRUINADO LA VIDA DE MILLONES DE MUJERES Txema Rodríguez

CÓMO LA FOTOGRAFÍA HA ARRUINADO LA VIDA DE MILLONES DE MUJERES
Txema Rodríguez

Un resumen rápido nos muestra en las revistas de moda (digamos femeninas) a un grupo de mujeres aparentemente muertas en manos de fotógrafos que, salvo contadas excepciones, son hombres, fetichistas, gays o narcisistas. Y puede que sean varias de esas cosas a la vez. Gente que construye la imagen del otro sexo sin observarlo a partir de parámetros ajenos al sujeto, que hablan de una supuesta perfección que esconde los abominables matices que Hans Bellmer denunció como pretensión absurda de los nazis respecto de sus muchachas. Mujeres rotas, fragmentadas, pornográficas, simples ampliaciones de los penes: Aparecen en escenarios en los que son asesinadas, violadas y esclavizadas para, en una extraña vuelta de tuerca, ser transformadas en objeto de deseo para sí mismas gracias al boyante negocio de la cirugía estética y todas sus ramificaciones.

¿Cómo hemos llegado a este punto grotesco?. Tal vez sea cierta (creo que lo es) la idea de John Berger respecto a la publicidad como sustituto de la democracia, la elección de lo que uno come (o viste, o conduce) ocupa el lugar de la elección política significativa. La publicidad ayuda a enmascarar todos los aspectos antidemocráticos de la sociedad. Y enmascara también lo que está ocurriendo en el resto del mundo. La misoginia, por ejemplo. Porque estamos hablando de eso, del control de las mujeres (en especial cuando se hace en nombre de su liberación) mediante el control de su aspecto. Las muñecas perfectas, inertes, higiénicas, reutilizables, fragmentadas y estúpidas que nos venden las revistas etiquetadas como productos de “glamour” no están muy lejos de las chochonas que el Fuhrer parece ser que intentó producir en Dresde para proteger a sus tropas de las enfermedades venéreas. Vivimos en la época de la vagina industrial, rodeada de una cuidada anatomía que ha de ser medida con precisión irreal ahora que ya no existe, al menos en nuestra sociedad, el himen como mecanismo de control. Bien, ahora pueden no ser vírgenes pero han de admirar una fotografía y tratar desesperadamente de asemejarse a ella. Y no solo en el terreno de la belleza, sino en basuras como The Pin-Up House Wife by Sarah Church & Matthew G Hollis que es un, en cualquier caso, un mero ejemplo de lo que en el mundo de las publicaciones destinadasa la mujer se llama producción. La búsqueda de un escenario sobre el que incluir a una hembra muñeca en posturas variadas con el obejto de venderle una camiseta o un lápiz de labios. Y se pegan por hacerlo, lo vemos a diario en cualquier comercio del ramo.

La fotografía actual nos muestra a la mujer desvirtuada, transformada en un aparato de fantaseo, no como una contemplación (la belleza se encuentra y admira, no se construye o crea, porque sucede espontáneamente a través de quien la descubre y la muestra a otros). Ahora la fotografía de lo femenino es parafílica. A este respecto son notables los arriesgados trabajos de la fotógrafa Cindy Sherman y también los de Tracey Emin. Aunque hay algo sobre lo que reflexionar en ambos casos en comparación con otros dos muy conocidos. Sherman y Emin han caído en la trampa de la deconstrucción y el simbolismo de la que milagrosamente se salvaron Francesca Woodman y Ana Mendieta. Aunque lo hiceran por medio del suicido, y eso es un síntoma sobre el que millones de mujeres habrían de reflexionar si no fueran prisioneras de su aspecto.

El crítico Hal Foster explica que una buena porción del arte contemporáneo (y la fotografía lo es) presenta la realidad como un trauma, como una indigestión del retorno a lo real que agrupa a artistas como la citada Cindy Sherman, Kiki Smith, Andres Serrano, Robert Gober, Paul McCarthy o Mike Kelley, bajo la idea de un «realismo traumático» que opera «desde lo real entendido como efecto de la representación a lo real como un evento del trauma». O, dicho de otra manera, los elementos que se manejan no son la mirada, sino el deseo, el dinero que de ello se puede sacar y la manipulación de las percepciones para conseguirlo. Los malos fotógrafos crean escenarios con mujeres dentro, que son objetos del escenario (con un fin). Los buenos fotógrafos encuentran la belleza en lo que miran, intiman con las personas (no sólo mujeres) que fotografían y revelan esa belleza (u horror) para conciencia y autodescubrimiento del espectador que se ve reflejado por ellos, o identificado con ellos por afinidad u oposición/contraste.

En la buena fotografía se llega a un punto en el que lo que ves es algo de lo que no puedes hablar. Que te toma y te conmueve. Podemos utilizar como ejemplo este retrato de Greta Garbo realizado por Edward Steichen (en realidad nos serviría cualquiera de sus fotos). En la mala todo es obvio hasta la obscenidad, como en el porno. Mientras una resulta envolvente, sugerente y erótica la otra no requiere pensamiento, es una simple paja con corrida que incapacita para reconocer la verdadera belleza cuando se muestra ante nuestros ojos. Resulta algo terrible, porque la misoginia de las imágenes femeninas se transforma en pederastia y pedofilia: Llega el momento en que el ojo no es capaz de distinguir las maravillosas imágenes de Sally Mann del material destinado al consumo por parte de degenerados.

Eso, extrapolado, tiene el mismo efecto en otro tipo de fotos (moda/reportaje de guerra) No se distingue al tarado mental de Guy Bourdin de Robert Capa, o a Bellmer y Helmut Newton de los psicópatas que llenan de basura fotográfica las revistas en una labor implacabe de degradación no solo de la mujer sino de lo no masculino (cualquier opción de identidad sexual que no lo parezca)

La fotografía de moda puede ser sublime, dejarte sin palabras. Aunque es cierto que eso ya no se lleva. Ahora, en el próximo escalón hacia la nada, triunfan los artistas de la modificación y los chapuzas del bisturí

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